Skateboarding porteño
- Alanis Buchanan
- 29 ago 2016
- 4 Min. de lectura
Sobre la tabla, ellos vuelan. Nicolás mira con aire despreocupado el vacío que hay bajo su skate. Enciende un cigarrillo y se lo pone en la boca. El borde trasero de la patineta está apoyado sobre el piso, él la sostiene con su pie derecho. El resto del skate está suspendido en el aire, esperando a que Nico haga el primer movimiento.
El skater apoya su pie izquierdo en la parte delantera de la patineta y se tira al vacío. Cae por la rampa con total elegancia, cuando está llegando al final de la caída flexiona las rodillas para mantener el equilibrio. Involuntariamente, sus brazos se abren de par en par como si fuesen las alas de un ave echándose a volar.
Así como bajó, vuelve a subir. La fuerza de la caída le dio velocidad para subir a la segunda rampa. Salta y su mano derecha toca la parte de abajo de la tabla durante una milésima de segundo, luego cae pero no se detiene. Se desliza apoyándose solamente en las ruedas traseras, con menos velocidad pero más equilibrio. Cuando un nuevo vacío aparece ante él, se lanza una vez más.
Llega al final del recorrido con tranquilidad. Se sienta para aflojar las piernas y termina de fumar el cigarrillo que encendió cuando se encontraba al otro lado de la pista. No pasaron más que unos pocos segundos. Nicolás recibe algún gesto de aprobación por parte de sus compañeros: una exclamación, un grito. Es uno de los tantos chicos (y chicas) que practican este deporte en Buenos Aires.

“Hago skate desde pibe”, dice Nico, que ahora tiene 21 años. “Siempre me gustó. Me acuerdo de que mi mamá se asustaba un poco porque me juntaba con chicos más grandes que yo, pero era buenísimo”, recuerda. El skater está feliz de haberse encontrado con el deporte desde chico: “gracias a esto yo no andaba en la calle haciendo cualquier cosa, me hacía estar enfocado en un objetivo, como por ejemplo lograr un truco”.
¿Dónde?

En CABA hay cinco skateparks: en Belgrano, Caballito, Mataderos, Palermo y Villa Lugano. El más grande de ellos es el Parque Costanera Norte, inaugurado en el año 2013. Tiene una extensión de 7,5 hectáreas y en él se pueden practicar muchos deportes urbanos como skate, longboard, mountain bike y rollers. El sector destinado al skate cuenta con 2500 m2.
El Parque Costanera Norte, conocido como “Pacha Park” está junto al Río de La Plata, a 500 metros del Aeroparque Jorge Newbery. En él se nuclean patinadores, skaters, ciclistas. Los deportistas coinciden en que es piso “es muy bueno” para deslizarse. El terreno está alfombrado por un verde césped y lleno de plantas y árboles. Los “caminitos” de cemento se entrecruzan a lo largo y a lo ancho del terreno, ocasionalmente interrumpidos por algún desnivel o rampa. Además de los caminos, hay sectores delimitados para cada deporte, con los obstáculos que requiere cada uno de ellos.

El sonido de las ruedas contra el cemento es casi una música. Es agradable, armónico. De fondo, el rock pesado se hace oír desde altoparlantes y, ocasionalmente, el estruendo de un avión que despega o aterriza en el aeroparque.
“Pacha Park” está abierto desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. A él no solo concurren jóvenes deportistas, sino también familias. Muchas mujeres y hombres van con sus hijos y las bicicletas o patines. A la sombra de los árboles se sientan personas a leer, tomar mate y ser espectadores de las acrobacias. Cada tanto se desarrollan en el lugar torneos de alguno de los deportes y hay muchos profesores dando clases.
Mucho más que un deporte urbano
Para ser skater se necesita mucho más que una skate. En la galería “Bond Street” (Av. Santa Fe 1670) se encuentran algunos de los skateshops más importantes. Este lugar fue creado en 1963, con el tiempo se convirtió en el lugar de reunión de los adolescentes que no encajaban en los estereotipos comerciales, donde se nucleaban varias tribus urbanas (como los punks y los darks).
La atmosfera de “la Bond” se aleja mucho de lo que se vive sobre la avenida. El rock pesado se escucha en todos sus niveles (subsuelo, planta baja y primer piso), apaciguado por el sonido de los tatuadores trabajando. Las paredes están pobladas de graffitis y hay esculturas que representan animales de una forma no convencional colgadas en varios puntos de la galería. Las vidrieras muestran borcegos, medias de red, gorras, carteles con luces led que escriben “TATTO” y, por supuesto, skateshops.

Varias personas entran a la galería con su skate bajo el brazo y se dirigen a algunos de los locales. No importa la edad, ingresan hombres de unos 50 años y niños de 10, entran varones y mujeres. En un skateshop los fanáticos de esta actividad pueden encontrar todo lo que necesitan: patinetas, ruedas, gorras, zapatillas, remeras, rodilleras y casco, entre otras cosas.
“Es una galería fuera de lo común, donde muchos estilos de personas se relacionan de igual a igual: empresarios, skaters, tatuadores punks”, dice el skater Juan Manuel “pitu” Lopez, que visita la galería desde la década de 1980. “Es la cuna de grandes skaters, un excelente punto de encuentro”.
Rubén Ferrari, otro skater, explica: “El skateboarding trajo algo más que equilibrio y diversión, fue una explosión a nivel industrial y comercial, nacieron muchas marcas de accesorios e indumentaria para el skateboarding”. Cuando el skate estaba comenzando a popularizarse, en los años 70, era muy difícil conseguir productos buenos para practicar, “uno de los lugares clave siempre fue la galería Bond Street”, recuerda Ferrari.
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