La noche en Buenos Aires: Vuela El Pez
- Melisa Reinhold
- 17 oct 2015
- 3 Min. de lectura

No eran más de las diez de la noche cuando Noelia, con el brazo ardiendo por el aceite y sus cachetes colorados por el enojo, dijo dos palabras que lograron sacar a flote el Centro Cultural que se venía en picada: me voy.
Y así como habló, lo cumplió. Nunca más pisó “Vuela el Pez”. Su compañero de trabajo se encontraba con una mezcla de desesperación, por tener que terminar todos los pedidos de esa noche él solo, y culpa, de haberle tirado aceite hirviendo a Noelia. De todas maneras, el responsable del accidente no había sido él, sino el espacio de trabajo de un metro por tres que albergaba una cocina industrial y a los dos cocineros.
Fue el accidente el desencadenante para que el Centro Cultural cambiara su política para convertirse en uno de los más populares de Buenos Aires. Pero la crisis que estaba atravesando venía mucho tiempo antes que eso. Tal vez por el hecho de que los clientes pagaban a la gorra lo que habían consumido. O por ahí, el pez no estaba volando lo suficiente.
Leo Milano, un joven de negra cabellera, llegó a la dirección que le habían dado: Córdoba al 4.379. No había lugar a dudas de que estaba en el lugar correcto. Lo primero que observó cuando estuvo parado frente a una puerta metálica negra, fue el número de la calle escrito en grandes letras blancas. Al entrar, una veintena de escalones negros emitían un sórdido sonido mientras subía lentamente. Y no dudó ni un momento. Tampoco se percató de la crisis que estaba teniendo el lugar cuando decidió hacerse socio hace seis meses. Simplemente, vio el potencial.
Era una casona antigua hecha bar. Dos habitaciones cerradas al público: uno para los músicos y otro para el descanso de los empleados. Un enorme salón, con pisos de madera demacrados por las largas noches de fiesta, que albergaba un escenario y en el otro extremo, la barra. El patio, con un techo provisorio para los días de lluvia, el sector para los fumadores. Y por último, la cocina, diminuta como nunca antes había visto.
El primer término de Leo tras aceptar unirse con Damián, dueño del lugar, fue agrandar y mejorar su espacio de trabajo como chef. Más bebidas, más utensilios y un espacio racional. Cambiar la carta, fundamental. Otro cocinero no, con un ayudante solo se las arreglaría bien. Un piano de cola en el escenario. Más bandas. Más bandas conocidas. Pintar, otra urgencia. Debían convertir un lugar lúgubre, que más que atraer personas, las espantaba, en uno que sea agradable de estar. "Un mural sería lindo. De un pez. Volando", se le ocurrió a un empleado. Y así lo hicieron.
La gente comenzó a ir más, las ganancias comenzaron a aumentar notablemente y el nombre a resonar entre la gente joven, y la no tan joven también. La publicidad de Vuela el Pez se convirtió en una sola frase: mutar. Mantener la esencia original, pero transformarse.
Y así es como hoy, en la barra, Claudio Lozano, diputado Nacional, come unas empanadas junto a un vino blanco. Cada tanto conversa con el barman y hace algún que otro alago de la comida. En una mesa, el grupo de seis músicos que acababan de tocar con su banda de rock, reciben una pizza tras otra. Y en la cocina, Leo Milano, chef cinco estrellas de los mejores restaurantes de Europa y tras la experiencia de haber conducido el Café del Teatro San Martín, protesta de tener que cocinar una milanesa cuando en su menú siquiera aparece como opción. Él quiere que la gente coma lo que les propone. Pollo con miel. Hamburguesas veganas. Canastitas de Quínoa con frutas secas. Ensalada con castañas. Y no le va mal, porque el resto de los centros culturales comenzaron a imitarlo.
Ya siendo las doce de la noche, el salón estalla de personas que alegremente bailan al compás de la cumbia y tiran un poco de su bebida en el bamboleo. El horno se apaga, los platos se limpian y Leo se asoma por la ventanilla que conecta a la barra con la cocina.
- Chicos, les dejé la pizza en la mesada para cuando les agarre hambre. Rómpanla esta noche. Nos vemos mañana.
Nota de autor: la crónica fue realizada en octubre del 2015. El Centro Cultural ha cambiado de dueños a comienzos del 2016.
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