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Salón Berlín, un viaje por el tiempo

A las cuatro de la tarde un joven espera su turno y tres personas reunidas en la barra toman una cerveza. Todos son barbudos. Allí no es solamente ir a mejorar la apariencia, sino, estar reunido con otros hombres, disfrutar de un trago y hablar de cosas masculinas: mujeres, fútbol, motos y autos.

Sobre la calle Humbdolt 1411 un cartel antiguo tiene inscripto “Salón Berlín” y el bien conocido cilindro con rayas azules, blancas y rojas gira. No deja lugar a dudas de que allí se encuentra la barbería tradicional más famosa de todo Palermo. Dentro, las canciones de The Beatles llenan el ambiente y deja un gusto a los años sesenta. Las paredes llenas de recuadros y posters antiguos decoran al lugar, junto a un muestrario de brochas de afeitar y cuelga, como mostrando un trofeo, una cabeza de ciervo.

Una barra de tragos, varios taburetes rojos y detrás un barman dispuesto a servir, con una barba negra tupida, tatuajes en los brazos y una chaquetita negra representativa de su profesión. Tres sillones grandes esparcidos y dos mesas con todos los productos de belleza, más un frasco de propinas con dos mil australes dentro. Por último, los seis asientos estilo vintage para que los clientes se sientan y sean atendidos por los peluqueros.

El dueño del lugar, Fernando, ex jugador de Argentino Juniors que abandonó todo por las tijeras, fundó Salón Berlín en 1990. Sin embargo, recién cuatro años atrás, cuando decidió reformarlo hasta convertirlo en un lugar que teletransporta a las personas a los años cincuenta, sesenta y setenta, notó un enorme incremento de clientes hasta llegar a recibir a personas reconocidas de la Argentina.

Andrés es el único peluquero joven allí. Moreno, con su jopo negro peinado con gel y con un aro bull en su nariz, realiza una afeitada tradicional. Comienza con un masaje facial. Luego, cubre con una toalla caliente el rostro, como el vendaje de una momia y el cliente espera, soportando el calor agobiador y sacando alguna que otra gota de transpiración. La cara se llena de crema de afeitar y nuevamente, la toalla. Finalmente, luego de todo el proceso previo, la navaja suavemente recorre la piel, arrasando consigo a los pelos. Muy importante: agua fría para cerrar los poros. Y ahora sí, la piel de bebé y una barba caballeresca. Todo aquel proceso cuesta doscientos cincuenta pesos y es un gusto que muchos hombres comenzaron a adoptar en el último tiempo.

Cristiano apenas se despidió de su cliente tras haberle hecho un corte de cabello, se miró al espejo y su mirada quedó allí, clavada, observándose. Luego, tomó el secador de pelos que se encontraba sobre la mesada y comenzó a darle forma (más de lo que ya estaba) a su jopo. Se detuvo. Sacó un peine fijo del bolsillo de su pantalón y comenzó a peinar su blanca cabellera. Lo volvió a guardar. Siguió trabajando.

Chopper, mientras tanto, atendía a otro cliente habitual. Llevaba puesto un sombrero motoquero ocultando sus canas, un bigote mexicano, una chaqueta de jean lleno de estampas, exhibiendo sus brazos repletos de tatuajes. El más representativo de los dibujos grabados en su cuerpo es el de su nombre, con debajo un corazón atravesado de unas tijeras.

La fiel mano derecha de Fernando desde hace tres años, es Chopper. Familia de peluqueros, toda su vida se dedicó a la peluquería y la barbería. No le gusta atender mujeres. Cree que el corte de la barba es un espacio íntimo del hombre y que es algo que no se debe perder. Que la barba representa la caballerosidad. Ese es el principal valor del lugar.

Ya el sol va descendiendo y desaparece por detrás de los edificios. Sin embargo, el lugar todavía no cerrará, sino todo lo contrario. Solo se está preparando para transformarse, porque en un par de horas más, se convertirá en otro bar de la Ciudad de Buenos Aires.

Al cruzar el umbral de la puerta se escucha de nuevo el sonido de autos furiosos tocando bocinas y se ve a la gente caminando con sus ojos puestos en sus teléfonos celulares. Solo queda una certeza: seguimos en 2015.

Y a pesar de todo, esta cronista asegura haber viajado en el tiempo a través de una simple puerta.

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